Sunday, December 09, 2007

EL BUEN NOMBRE

Algunas personas piensan que es muy duro para los hijos (como en el caso de Raúl Vargas) recibir las consecuencias de los actos de sus padres. Pero esto es real. Nuestros hijos heredan lo que somos y hacemos. Nuestros hijos heredan las consecuencias de nuestros actos y de nuestra forma de ser. Nuestros hijos heredan nuestra fama. Nuestros logros y conquistas y nuestra forma de hacer las cosas. Nuestros hijos heredan nuestro nombre. Nuestro buen o mal nombre. Eso es inevitable.
Por eso es que todo lo que está ocurriendo en el squash es tan grave. Porque no es solo el hecho en sí de que algunas personas (los dirigentes) hayan decidido que todo vale para lograr sus propósitos, que hayan decidido pasar por encima de sus principios y de sus valores más profundos para lograr, ¿qué? ¿Unas medallas? ¿Unos millones de pesos? ¿Para viajar y pasear por cuenta del erario público, y conquistar posiciones y honores? ¿Eso es lo que se busca a tan costoso precio?
Lo más grave es lo que esto hace en los jóvenes, en los que empiezan la vida, en nuestros hijos. Ellos, los directivos, piensan que no hace nada. Son ciegos porque quieren ser ciegos. Pero esto no es cierto. Hace y hace mucho. En primer lugar destruye en ellos los mismos principios que hemos querido y buscado implantar, que nos esforzamos por formar en ellos: la dignidad, la honestidad, la verdad, el honor, el buen nombre. El concepto de que el dinero debe ser el fruto del trabajo dedicado y no de los trucos y trampas. De que las personas honestas no mienten, ni engañan, ni roban. De que no hay atajos en la búsqueda de nuestros objetivos y de que en la vida son necesarias metas limpias y honestas y desprendidas. De que la única forma de obtener aquello que nos propongamos como ideal para la vida es el trabajo duro y decidido, el trabajo persistente sin engaños ni mentiras, sin incurrir en delitos ni recorriendo caminos fáciles. Pero, ¿cómo se puede enseñar a otros a hacer lo que nosotros mismos no somos capaces de lograr? ¿Cómo impedir que nuestros hijos utilicen cualquier método (legal o ilegal) para logar sus objetivos (sean estos un partido de squash, o representar al país, o subir en el ranking, o lograr dinero, u obtener éxito en la vida) si eso mismo es lo que nosotros hacemos? Simplemente no es posible y es el colmo de la hipocresía y de la duplicidad de carácter pretender que ellos vivan de una forma que nosotros mismos no somos capaces de lograr. Por eso solo hay una forma de enseñar y es con el ejemplo de la vida. Y por eso hay una herencia que está por encima del dinero y de los bienes y de los honores y de las posiciones: el buen nombre.

Una pregunta para Sergio Rodríguez y Martha Luz Vega, que se dedican con tanta aparente entereza y generosidad al desarrollo del squash: ¿cuántos países han conocido por cuenta de y con dineros del squash? ¿20, 30, 50? ¿Cuántos viajes han realizado, cuántos hoteles de cinco estrellas han visitado a través del mundo entero por cuenta del squash y del erario público? ¿20, 30, 50? ¿Más? ¿Es esa una de las razones por las cuales se aferran con tanta fuerza a sus cargos directivos?
Una muestra clara de lo que hace el mal ejemplo de los directivos es el caso de Nano Samper en Medellín. ¿Cómo y a qué horas un muchacho correcto y decente, educado en los mejores colegios del país termina llevando una prostituta a la concentración de la selección colombiana a los Panamericanos? Y lo que es peor: ¿sin que nadie diga nada, sin que nadie sancione nada? Sancionaron al entrenador, a Santiago Montoya, pero no al autor, a Nano Samper, ni al directivo cómplice, Héctor Echeverri. ¿Por qué? ¿Por qué esa hipocresía?

1 comment:

Anonymous said...

Ya deje de patalear y de repetir los mismo, se le está rayando el disco, con el cuentico de las prostitutas.

Hechos